domingo, 3 de febrero de 2008

HOMENAJE AL GRAVE SEÑOR CAÍDO DEL PINAR DE PILANCONES


Lo mismo que vió en los inicios del siglo XX en la Selva de Doramas, y tan poéticamente expresó Tomás Morales en su poema “Tarde en la Selva”.
Se repite la historia de estos viejos y graves señores de los bosques canarios.
Signo de los tiempos o designio de los hombres de cada época. A algunos nos tocará ver caer en nuestra vida a alguno de estos grandes colosos, en época del insigne poeta para dar leña y carbón a los buques en el Puerto de La Luz, hoy por la desidia y escasa valoración institucional de los símbolos vegetales isleños.
Hasta ayer descollaba sobre los demás, con su gallardo fuste de más de 30 metros de altura; hoy, desde aquí arriba, en la Degollada de la Manzanilla, se ve allá abajo en el valle de Las Tederas, como un pobre y cadavérico árbol caído, astillado y roto en mil añicos.
¿Cómo sería su caída? Su enorme masa al romper tuvo que sonar como un nocturno y aterrador trueno fatídico en esta valle de Pilancones.
Silba el viento entre las hojas resecas, verdes y marrones -aún recuerdos del pasado incendio- de los pinos que quedan en pie y suena a lamento de muerte del bosque de Pilancones.
Caen sus guardianes, los envidiados reyes de estos bosques de pino canario que aun perviven en medio de asentamientos humanos recelosos de sus misterios. Bajo su sombra pasaron generaciones de ciudadanos de estos paisajes tirajaneros.
Hoy decrépito y sombrío, mustio y acallado, solo es una añoranza de su antiguo esplendor. Ha pasado a convertirse en leyenda muerta, en mito abatido.
Entre rayos de sol que aparecen en medio de los nubarrones de febrero sobrevuelan este paisaje palomas salvajes y cernícalos, y se desperdigan en la arboleda del pinar.
Hay un silencio sepulcral en este valle. Ningún pájaro canta hoy en Pilancones. Ha caído el más antiguo, el anciano sabio y severo que miraba con nostalgia la juventud de pinar que crecía a su alrededor.
Ahora el dominio de este valle lo tendrá que recoger otro pino añejo y quizás no tan centenario como el Pino Gordo de Pilancones.
Pero quedan pocos para recoger este cetro de poder vegetal y mítico.
También ha caído el Pino de La Lajilla. Y otros primos hermanos, que desde las laderas de este valle se miraban en él, como el Pino de La Manzanilla, dañado también por el incendio y con síntomas claro de desequilibrio estructural, caeran si no lo remediamos entre todos.
Pero nada que ver con el que se fue.
Ni en altura ni en robustez ni en señorío.
Sin embargo, alguno ha de recoger el testigo. Aunque no quiera pasará a primera fila convirtiéndose en primicia informativa.
Ya el Pino Gordo dejó Pilancones sin elevación.
Hoy nadie descuella por encima de los demás. Todas las copas se agachan y rinden homenaje al grave señor caído del Pinar de Pilancones.
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